Llegas en autobús, bajas, y de camino te tomas un RedBull, que te regalan sólo por dejarles tus datos personales. Continúas tu camino, y un poco más adelante vas al Santander a pagar las clases de aerobic que has realizado. Justo antes de llegar a la entrada, te apuntas para el sorteo del último Megane y coges un regalito de la última campaña de Movistar. ¿Preciados una tarde de sábado? No. Tu universidad.
Las empresas han conseguido formar parte del día a día universitario… pero esto no acaba aquí.
La reforma universitaria europea, conocida como Proceso de Bolonia, iniciada en 1999 a partir de la Declaración de Bolonia, propone “la construcción del área Europea de Educación Superior”, más tarde llamado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), con el “objetivo de incrementar la competitividad del sistema Europeo de educación superior”. Para tal propósito se instaba a crear un sistema de titulaciones más homologables que permitieran una mejor movilidad de los estudiantes por toda la Unión Europea.
Sin embargo, en la práctica, esta declaración de intenciones se materializa en la financiación empresarial de la educación, ya que la implantación de Bolonia se pretende hacer con “financiación cero”, y en la posible entrada de las empresas en las decisiones académicas. De momento ya se las ha pedido que señalen cuáles son sus demandas, para poder orientar los estudios a las preferencias o necesidades empresariales. Así, términos como “competitividad, ranking o beneficios” se convierten en las grandes protagonistas de la educación.
Sin una independencia política y económica de la universidad pública, ¿qué empresa va a diseñar tus estudios?